08 enero, 2006

LA VIOLACIÓN DE UNA DAMA

En las cámaras de una casa de la calle Campiña, donde vivió en un tiempo el deán Francisco Ariza de Sotomayor que pasó a mejor vida el año del Señor de 1558, había unos viejos baúles y curioseando entre los papeles y pergaminos que contenían, encontré un escrito que me impresionó sobremanera.
En parte había sido roído por ratones, pero releyendo aquí y adivinando allí, logré hilvanar la tremenda historia que les voy a relatar:

La Violación de una dama

Aquí se narra la violación de la dama doña Alcudia, acaecido en 1560, en la villa de Alcaudete, cuando Don Nuño Ponce de León y de Córdova dejó a su esposa al cargo de su casa y un caballero del lugar, Ruy Albar de Siloé, se aprovechó de su ausencia. El relato comienza presentando al vil galán.

Era un hombre no noble, procedente de cuna humilde y ascendido de rango, caballero calatravo, agraciado por la fortuna como sucede a algunos afortunados guerreros. Pero a éstos, cuando alcanzan un cierto nivel y se sienten confiados, la fortuna los arroja de nuevo al arroyo y terminan más debajo de donde comenzaron.
Ruy Albar de Siloé, hombre luchador y de empaque, vivía con un escudero, dos criados y un ama de llaves, en una casa de nuevo cuño que había mandado construir junto a las obras, que por aquel entonces, levantaban el Hospital de la Misericordia. Había elegido este emplazamiento por proximidad a unas huertas que tenia enfrente de la casa y que llegaban más allá de la Fuente Zaide.
Don Nuño Ponce de León y de Córdova, emparentado (¿acaso su nieto?), con D. Luis Ponce de León y Córdova, hijo que fue de Don Martín III Alfonso de Córdova y Montemayor, cuarto señor de Alcaudete y que murió en el año 1488. Estaba casado con doña Alcudia, dama que conoció en un viaje a Toledo, señora de alta cuna y cuya abuela fue princesa mora que vivió en Valencia.
Sucedió que Don Nuño planeó ir de expedición a los reinos moros del África, en cruzada y conquista con huestes cristianas, costumbre que tenían señores e hijosdalgos para matar el gusanillo del buen batallar y así progresar en la corte y ante los ojos de Dios Nuestro Señor por participar en lucha contra el Islam.
De su esposa doña Alcudia, que era una joven de sin par belleza, muy sensible, discreta y comedida en su comportamiento, se despidió con un tierno abrazo, encomendándole su hacienda y bienes, tal y como corresponde al caballero que viaja a tierras lejanas.
Ocurrió entonces, y aquí es donde está el meollo del relato, que por una perversa y aciaga tentación, el maldito Lucifer se apoderó de la mente de su vecino Ruy Albar. Sus pensamientos se adueñaron de la linda imagen de la esposa de Don Nuño, a la que sabía sola con sus sirvientes en su casa señorial de la calle Carnicería, que se hallaba a menos de doscientos pies del Arco de la Villa. Así que un día decidió llevar a buen fin su desdichado plan dando rienda suelta al ansia que le corroía, se engalanó con su sayal calatravo y se dirigió raudo a la casa de Don Nuño.
Los sirvientes le recibieron con muestras de aprecio y bienvenida, pues él y su dueño y amo servían al mismo señor y eran compañeros de armas en lances fronterizos, amén de tener un cierto parentesco. De igual modo, la dama, sin sospechar nada extraño, le ofreció una honrosa y amigable recepción, le condujo hasta su sala y le mostró las dependencias y alcobas de la mansión. Ofuscado por su insano deseo y premeditado afán, Ruy Albar rogó a doña Alcudia que le llevara a la torre (*), diciéndole que tal era uno de los objetos de su visita. Doña Alcudia aceptó de buen grado sin preguntar el fin de tal proposición, y allí acudieron los dos solos.
Inmediatamente después de entrar en la torre, Ruy Albar trabó la puerta tras de él. La dama no prestó gran importancia al hecho, pensando que se había cerrado por un golpe de viento. Y cuando estuvieron allí solos, Ruy Albar, ardiendo en deseos impuros y desbocado por la pasión que le consumía, la abrazó diciendo:
«Señora, os juro que os amo más que a mi vida, pero el deseo que me consume me impulsa a haceros mía ahora mismo». Aterrorizada y con el asombro en la mirada, la dama intentó defenderse y gritar, pero el amante galán amordazó su linda boca, primero con un apasionado beso y de inmediato con una manopla de lana que llevaba al cinto y que son de las que los caballeros usan bajo la acerada mano de la armadura, acallando sus chillidos. Agarróla con rudeza, pues era hombre de pocos modales, y arrojándola al suelo, allí mismo la violó, contra la voluntad de la dama que no veía la forma de librarse de semejantes embestidas.
Cuando hubo terminado, dijo: «Señora doña Alcudia, sed comedida y no relatéis a nadie lo aquí ocurrido, ya que si así lo hacéis, ello será para vuestra deshonra. Nada digáis a Don Nuño, y también yo guardaré silencio por salvar vuestro honor y que no quedéis ante el pueblo como mujer liviana». La dama, llorando amargamente, replicó: « ¡Oh, vil sayón y vecino traidor, callaré, no os quepa duda, mas no ha de ser como vos queréis y algún día pagaréis esta afrenta! ».
En diciendo estas palabras se incorporó recomponiendo sus vestiduras, abrió la puerta de la estancia de la torre y descendió por el patio, seguida del calatravo galán...
La joven esposa se encerró en su cámara y se entregó a un amargo llanto de impotencia y asco, lamentándose de su mala suerte, sin ayuda de sirvientes se sumergió en una tina de agua donde frotó su cuerpo una y mil veces en un intento de limpiar la huellas y caricias de tan infame galán.
No reveló nada a ninguna amiga o sirvientes, en la creencia de que si así lo hacía sería probable que la juzgaran culpable y no inocente. Pero aquel día quedó marcado en su mente, no deseando otra cosa que la vuelta y regreso de su señor Don Nuño Ponce de León que se encontraba batallando contra el moro.

Juicio en combate

Cuando la esposa dijo a Don Nuño que había sido violada por el calatravo Ruy Albar, él aceptó su inocencia y exigió obtener justicia en su nombre y en el de su esposa, mientras el caballero Ruy Albar lo negaba todo diciendo que eran figuraciones y locuras de mujer ociosa. He aquí el resultado de su disputa.

La querella dio lugar a procedimientos legales que se prolongaron más de una quincena de meses. Tras muchas averiguaciones y deliberaciones, el Tribunal de Justicia formado a tal efecto por el señor conde decidió como sentencia que, puesto que la dama de Ponce de León nada podía demostrar contra Ruy Albar, el asunto quedaría zanjado mediante un duelo a muerte en Juicio de Dios y así se anunció en el Arco de la Villa (**).
Llegó el día del combate en torneo cerca del inicio del año de gracia de 1563, según la costumbre prepararon la palestra en el anchurón que a modo de plaza había a la salida del Arco de la Villa, justo entre las calles Carnicería y Campiña. Estaba presente el Conde de Alcaudete Don Alfonso V Fernández de Córdova y de Velasco con su familia, y una gran multitud de personas acudió a mirar... Antes de entrar en el palenque, el caballero Don Nuño indicó a su palafrenero que dirigiese la cabalgadura hacia su esposa que vestía cubierta con un gran velo negro y estaba sentada en una carroza forrada también de este color y solo adornada con margaritas amarillas, que eran parte del blasón familiar, para decirle: «Señora, por vos arriesgaré mi vida y honor en singular combate con el caballero Ruy Albar. Vos conocéis si mi causa es justa y cierta».
«Mi amado dueño y señor -respondió la dama-, vos lo habéis dicho y así es. Podéis entregaros a lucha sin cuartel y tened por cierto y seguro que la causa es justa.»
«Entonces, en las manos de Dios Nuestro Señor confío mi alma», respondió el caballero.
Tras besar a su esposa, le mostró su lanza donde doña Alcudia anudó su pañuelo, se santiguó y salió a la palestra.
Los dos campeones prestaron juramento ante el Conde, según la costumbre en los duelos y contiendas a torneo, se colocaron el uno frente al otro y se les pidió que dieran fe de sus razones en el litigio. Entonces, montando sus caballos con parsimonia y arrogancia, se dirigieron a su puesto de salida en torneo. Don Nuño con armadura adornada en negro y gualda, junto al nuevo convento donde a poco se construiría la Iglesia de la Aurora. El calatravo Ruy Albar, que vestía sayal de la orden de Calatrava sobre la pesada armadura, se situó al comienzo de la calle Campiña.
La primera parte del combate consistía en una justa, las lanzas chocaron una y otra vez contra los petos y escudos, sin que ninguno sufriese heridas de consideración. Después de seis envites, desmontaron y prosiguieron a pie, luchando ambos con gran furia y denuedo. El primero en recibir daño fue Don Nuño Ponce de León, herido en la cadera para gran alarma de sus allegados y partidarios, mas, por empeño y bravura combatió durante largo rato, derrotando a su oponente y clavando su espada en el cuerpo del calatravo matándolo allí mismo de resultas del mandoble.
Volviéndose hacia la tribuna donde se hallaba el señor Conde, preguntó si había saldado su deuda, a lo que le contestaron que así había sido, y que Dios nuestro Señor había hecho justicia. El cuerpo de Ruy Albar de Siloé fue llevado hasta la Fuente de la Villa por las gentes que presenciaron el combate y allí, después de engancharlo a un carro de bueyes fue arrastrado por el verdugo del castillo hasta las proximidades de la fuente de los Zagales, encrucijada de caminos, colgándolo en una viga de cadalso.
Don Nuño Ponce de León se dirigió al señor conde D. Alfonso V Fernández de Córdova y de Velasco y se arrodilló ante él. El conde le ordenó que se pusiera en pie y le donó trescientos dineros, (que el cronista sabe el número pero no el valor), haciéndole asimismo grande honor en el condado con una pensión de ochocientos reales al año para toda su vida. Tras mostrar gratitud a él y a los grandes nobles, el caballero Don Nuño se encaminó hacia su esposa y la besó, tras lo cual marcharon ambos en procesión y acompañados de clérigos y leales, hasta la ermita de Nuestra Señora la Virgen de la Fuensanta para dedicar sus ofrendas antes de regresar al hogar.

(*) La torre de D. Nuño se hallaba en el patio de la casa, que estaba primorosamente ajardinado y lindaba con un paño de murallas del segundo recinto, era una torre defensiva, una de las mas grandes que defendían la puerta del Arco de la Villa, Esta torre había sido restaurada en sus almenas y arreglada para el uso de la casa, teniendo en su base acceso a un pasadizo que comunicaba con el castillo, según contaban las gentes de la villa.
(**) Aún quedaba en el Arco de la Villa uno de los dos portalones que tenía cuando se cerraba en las noches y por motivos de defendimiento, era el de la parte izquierda según se accedía a la calle Maestra y estaba pegado al paño interior de la muralla. Sobre sus viejas maderas era donde se colocaba el pergamino de Bandos y Avisos de orden del señor conde.

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