08 enero, 2006

LA CRUZ DEL LLORO

En la muy noble y leal ciudad de Alcaudete

Voy a contarle a vuesas mercedes la historia de los hermanos Carvajales que vinieron a morir despeñados a la ciudad de Martos por orden de Fernando IV de Castilla en 1312.
Este rey que pasó a ser llamado el Emplazado tuvo un corto reinado lleno de conjuras y controversias. Su padre, el rey Sancho IV el Bravo, murió cuando tenía diez años y desde ese momento hasta que fue mayor de edad, en el año 1301, todo fueron vicisitudes y obstáculos para su reinado.
Don Fernando fue siempre un mezquino y por esta razón no ha de extrañar que tuviese enemigos a mansalva, lo que de algún modo afectó a su salud y era frecuente verlo toser y vomitar sangre de tanto en tanto, así es que su mal humor y genio estaban justificados.
Estaba obsesionado con destruir a todos sus enemigos, usando para ello las más peregrinas argucias, conjuras y de acusaciones falsas. Entre otros, fue a dos nobles, Juan y Pedro Alfonso de Carvajal, a quienes decidió eliminar, encargando tan espinoso asunto a Juan Alfonso de Benavides, favorito real, que no pondría escrúpulos en asesinarlos. Luego el propio rey haría justicia, mandando al patíbulo a su propio favorito. Pero a Juan Alfonso se le volvieron las tornas, y fueron los Carvajales los que dieron muerte al favorito real, “en defensa propia”.
Al enterarse el rey de semejantes hechos, los acusó de asesinar a un querido cortesano, y de haber conspirado contra su rey. “Asínesque” ordenó su arresto inmediato, siendo arrestados en Medina del Campo, mientras compraban caballerías y arreos en la feria de ganados.
Torturados, vejados y humillados, fueron trasladados a Jaén, ciudad a donde se había trasladado el rey, buscando mejoría a sus expectoraciones de sangre, y que en un ataque de ira había reclamado que fueran llevados a su presencia los que habían dado muerte a su favorito.
Hubo un juicio sumarísimo en el que se mantuvo la inocencia de los dos hermanos, que juraban una y otra vez que no habían tenido intención de matar a D Juan Alfonso de Benavides, sino que esta muerte ocurrió a resultas del defendimiento de sus propias vidas, ya que el favorito real fue el atacante.
Pero como Fernando IV quería por encima de todo, eliminar a los dos hermanos, de nada sirvieron las razones o los juramentos. Les condenó a ser despeñados desde la almena más alta del castillo de Martos, metidos en una jaula de hierro.
Familiares y partidarios de don Juan y Pedro Alfonso de Carvajal suplicaron al rey para que suavizase la pena, alegando que si de verdad fuesen culpables habrían huido y no los habrían podido apresar mientras paseaban por la feria de ganados.
Pero el rey, lleno de odio y entre tosidos y vómitos, hizo oídos sordos confirmando la sentencia.
En la mañana del 7 de agosto de 1312, el rey llegó con su séquito al castillo de Martos, para presenciar el cumplimiento de la cruel sentencia. Se alzó la jaula, con los Carvajales dentro, sobre la torre más alta del castillo y que daba al tremendo precipicio. El rey quiso concederles una última voluntad o gracia, antes de que fueran despeñados.
Los dos hermanos respondieron que ponían a Dios por testigo de su inocencia y que ante la injusticia que se cometía con ellos, esperaban que Díos, con su infinita justicia y poder, haría que el rey se personase en Juicio Divino, para responder de sus acciones e injusta condena. Así es que le emplazaron para que en treinta días, compareciera ante Dios Todopoderoso, deseándole que no parase de vomitar sangre hasta que llegara ese momento.
Las risotadas del rey Fernando IV, fueron inevitables, pero lo cierto es que cuando dio la orden para que la jaula se precipitara al vacío estrellándose contra los peñascos, el rey vomitó sangre como nunca.
Pasaron los días y la salud del monarca empeoraba. Llegando sus ataques de ira y enojo al paroxismo cuando se enteró que un nutrido número de marteños y partidarios de los infelices Carvajales, habían construido una cruz de piedra, en el lugar donde se estrellaron y a la que denominaron “La cruz del lloro”.
Envió una expedición de soldados para que la destruyeran, pero jamás la encontraron. Lo que sí supieron fue de un romance que corría de boca en boca, según el cual sólo podrían ver la cruz, aquellos que fueran justos y limpios de corazón ante Dios.
Lleno de orgullo, el rey Don Fernando acudió el 25 de agosto al lugar del ajusticiamiento, el barranco de la peña de Martos donde se arrojo a los dos caballeros, para ver la cruz, y de esta forma desafiar a quienes le acusaban de asesino.
Dos pastorcillos estaban en el lugar y el rey les preguntó si sabían quien era él, a lo que le respondieron que si, que era el rey, el acompañamiento, las armas y las vestiduras no dejaban duda.
Así es que Fernando IV, seguro del temor y reverencia de los pastores les hizo la siguiente pregunta:
¿Qué veis sobre aquellas peñas?
Los dos contestaron a la vez:
La cruz del lloro.
El rey y su séquito, miraron y remiraron una y otra vez sin ver cruz alguna, lo que les hizo quedar inquietos y confusos, dejando un poso de dudas sobre la leyenda o romance.
Fernando IV empeoraba a marchas forzadas, y el 7 de septiembre de 1312, después de un banquete, se retiró a sus aposentos para descansar, sin que volviese a salir vivo del sueño.
Había pasado un mes justo, desde que los Carvajales lo habían emplazado a comparecer ante Dios y su Juicio Divino. “Asinesque” El nombre de Emplazado de este monarca no deja lugar a dudas y de esta forma se cumplió la terrible venganza, venganza después de muertos.

Pórtense bien y no den lugar a que me den las quejas, ya que luego "menrito" y eso da lugar a regañinas.

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