15 abril, 2009

EL CORAZÓN COMIDO

En la muy noble y leal ciudad de Alcaudete ...

Después de haber pasado unos tres años en Nápoles, cumpliendo un servicio de don Francisco Fernández de Córdoba, cuarto Conde de Alcaudete, regresé a España allá por el verano de 1615. Otros tres años en la capital del reino me costó la obtención de las órdenes religiosas, hasta que en Diciembre de 1617 y a pocos días de la muerte de mi padre, marché a Peñaranda de Bracamonte para tomar posesión de la parroquia.
Fue en esta villa y a poco de llegar, que me contaron la historia que les voy a relatar a vuesas mercedes:
Hace muchos, muchos años que en el lugar donde hoy se encuentra el pueblo de Gimialcón, a poca distancia de Peñaranda, había un pequeño castillo en el que vivía el conde Ubaldo de Arévalo con su linda esposa Calista. Dicen los que les conocieron que eran de probada nobleza él y de una deslumbrante belleza ella, así es que se podría decir que formaban una feliz pareja que trascurría su vida placenteramente a la espera de que el Todopoderoso les bendijera con hijos que heredasen sus riquezas. Él con su afición favorita, la cetrería y ella bordando y leyendo poesías de las que trovadores vagabundos la surtían.

Fue por aquel entonces que el rey de Castilla mando llamar a la corte al conde don Ubaldo y solícito corrió al lado de su monarca, mientras que su esposa permaneció en el castillo con su dama de compañía y al cuidado de su hacienda. Pero hete aquí que se dejó caer por el lugar un apuesto mancebo llamado Benildo de San Bricio, que dominaba como nadie el trovo y su dulce voz era como terciopelo en los oídos de las damas, así es que de momento fue requerida su presencia ante la señora doña Calista, que tan aficionada a la canción y la poesía era.
Un día tras otro fue regalando los sentidos de las dos damas hasta que doña Calista enloqueció de amores hacia el apuesto trovador, entonces ya solo lo quiso para ella, apartando de las tertulias poéticas a su dama de compañía que, contrariada y despechada, comenzó a urdir la forma de vengarse de su dueña, contándoselo todo a su señor don Ubaldo.
Ajena a todo estaba la linda Calista que se entregó por completo a su nueva y alocada pasión por el apuesto Benildo, pasando a su lado dulcísimas veladas llenas de carantoñas y promesas de amor eterno, hasta que anunció su llegada el dueño del castillo, su marido don Ubaldo. Se celebró una cena de bienvenida para el señor conde y durante la misma intentaron los amantes disimular su alocada relación, Benildo cantó y recitó ante los comensales anunciando que al amanecer partiría hacia un nuevo destino, con el fin de que no sospechase nada el esposo. Pero a los postres y en un aparte, la despechada dama de compañía le contó todo al conde, mostrándole pruebas y cartas amorosas de la adúltera.
Don Ubaldo reprimió su ira y salió al patio del castillo a maquinar la manera de vengarse de los amantes. Tan enamorado como estaba de doña Calista, ni se le pasó por la cabeza hacerle el más mínimo daño físico pero si que deseaba con todas sus fuerzas vengarse del trovador y escarmentar a la casquivana, por lo que esperó a que todos durmiesen y con sigilo entró en el cuarto donde descansaba Benildo, degollándolo de un certero tajo. En su ira le arrancó el corazón que depositó en una bandeja y con la ayuda de uno de sus fieles lo arrastró al vertedero de las basuras del castillo, afuera de la muralla, para que fuese devorado por las alimañas. Después volvió a la habitación y se sentó frente al corazón del adúltero, para estudiar la forma de vengarse de su esposa.
Ya clareaba el día cuando cogió el corazón y se dirigió a las cocinas echando a todo el mundo afuera y diciendo que nadie le molestase pues iba a preparar un exquisito plato para su esposa doña Calista. La mejor cabeza de ajos, albahaca, dos granos de pimienta y perejil fresco picado, el más transparente aceite de oliva, la cebolla más hermosa y moradas berenjenas sirvieron para realizar el sofrito donde cocinó el corazón del trovador cortado en finos filetes. La fuente con el humeante guiso fue ofrecida a su dama. Ella se sirvió dos veces y se deleitó con el guiso, regado con un buen vino castellano. Preguntole a su marido por esa nueva afición a los fogones, a lo que él le respondió que era una nueva forma de cocinar que había aprendido en su estancia en la corte y se llamaba Corazón a la Provenzal... el corazón de su amante.

Cuando ella supo lo que había comido permaneció impasible y en silencio durante un buen rato delante de su marido y sin responder a los reproches que éste le hacía, solo una furtiva lágrima caía de vez en vez por sus pálidas mejillas, hasta que poniéndose de pie se dirigió al adarve de la muralla seguida de su esposo que seguía recriminándola. Se colocó entre dos almenas y sin mediar palabra se arrojó al vacío ante los atónitos ojos del marido. Nada pudo hacer por retenerla y mandó salir a la servidumbre para recoger el cuerpo de Calista. Buscaron y rebuscaron hasta el anochecer pero no lograron dar con él.

Desde lo alto de la muralla el marido dirigió el infructuoso rastreo, hasta que de pronto un hermoso halcón se posó en la almena que tenía al lado. Miró los bellos ojos del ave y se convenció a si mismo que era su esposa convertida en ave, así es que a partir de ese momento no salía de cacería sin portar en su mano y sobre el guante cetrero a lo que él creía que era su amada Calista.
Cuando hizo un año del día en que murió el trovador y desapareció Calista, murió el halcón dejando desolado a don Ubaldo que subía todas las noches al adarve del castillo a llorar su pérdida y desde las casas de los sirvientes se le veía gemir por la muerte del ave. De ahí que contada esta historia una y otra vez vino en quedarse bautizado el lugar con el nombre de Gimi-alcón.



Pórtense bien y no den lugar a que me den las quejas,
ya que luego "menrito" y eso da lugar a regañinas.

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