17 agosto, 2007

SAN CRISTÓBAL

En la muy noble y leal ciudad de Alcaudete

En mis paseos por esta villa he podido comprobar que hay una imagen de San Cristóbal en Santa María la Mayor y que durante los primeros días de Julio se celebran unas fiestas de barrio en su honor.
Sepan vuesas mercedes que la imagen de San Cristóbal tiene algunos emblemas herméticos y está ligada a la cábala y el esoterismo, siendo frecuentemente representado en catedrales y templos de la cristiandad, en murales y cuadros de dimensiones descomunales.
No es mi misión descifrar enigmas herméticos ni introducir en la alquimia a mis lectores, cosa que por otro lado podía ser interesante, poro si creo que sería oportuno traer a estas páginas la historia y leyenda de San Cristóbal, relato que Amédée de Pont-hieu 1 tomó de Jacques de Vorágine.

Antes de ser cristiano, Cristóbal se llamaba Offerus y era una especie de gigante bastante duro de mollera. Cuando alcanzó el uso de razón, emprendió viaje, diciendo que quería servir al rey más grande de la tierra. Preguntando a unos y otros, le enviaron a la corte de un rey muy poderoso, el cual se alegró no poco de tener un servidor tan forzudo. Un día, el rey, al oír que un juglar pronunciaba el nombre del diablo, hizo, aterrorizado, la señal de la cruz.
-"¿Por qué hacéis eso?", preguntó sorprendido Cristóbal.
-"Porque temo al diablo", le respondió el rey.
-"Si le temes, es que no eres tan poderoso como él. En este caso, quiero servir al diablo."
Dicho lo cual, Offerus partió de allí.
Después de una larga caminata en busca del diablo, vio venir en su dirección una nutrida tropa de jinetes vestidos de rojo; su jefe, que llevaba una armadura completamente negra, le dijo:
-"¿A quién buscas?"
-"Busco al diablo para servirle."
-. "Yo soy el diablo. Sígueme."
Y hete aquí que Offerus se incorporó a los seguidores de Satán.
Un día, después de mucho cabalgar, la tropa infernal se encuentra un crucero en la encrucijada de un camino; y observa sorprendido que el diablo ordena dar media vuelta.
-"¿Por qué has hecho eso?", le preguntó Offerus, siempre deseoso de instruirse.
-"Porque temo la imagen de Cristo."
-"Si temes la imagen de Cristo, es que eres menos poderoso que Él y en tal caso, quiero entrar al servicio de Cristo."
Offerus pasó solo por delante de la pétrea cruz y continuó su camino. Encontró a un buen ermitaño y le preguntó dónde podría ver a Cristo.
-"En todas partes", le respondió el ermitaño.
-"No lo entiendo —dijo Offerus—; pero, si me habéis dicho la verdad, ¿qué servicios puede prestarle un gigante como yo?"
-"Se le sirve —respondió el ermitaño— con la oración, el ayuno y la vigilia."
Offerus no pareció muy satisfecho con la respuesta y le volvió a preguntar:
-"¿No hay otra manera de serle agradable?."
Comprendió el solitario asceta la clase de hombre que tenía delante y, cogiéndole de la mano, le condujo a la orilla de un impetuoso torrente, que descendía de las montañas, y le dijo:
-"Muchos de los pobres que cruzan estas aguas se ahogan, así es que quédate aquí, y traslada a la otra orilla, sobre tus fuertes hombros, a aquellos que te lo pidieren. Si haces esto por amor a Cristo, Él te admitirá como su servidor."
- "Sí hermano, lo haré por amor a Cristo", respondió Offerus.
Y entonces se construyó una cabaña en la ribera y empezó a transportar de noche y de día a los viajeros y peregrinos que se lo pedían.
Una noche, después de una dura jornada y dominado por la fatiga, dormía profundamente; le despertaron unos golpes dados a su puerta y oyó la voz de un niño que le llamaba tres veces por su nombre. Se levantó, y viendo que el niño quería pasar a la otra orilla, lo subió sobre su ancha espalda y entró en el torrente. Al llegar a su mitad, vio que la corriente se enfurecía de pronto, que las olas se hinchaban y se precipitaban sobre sus nervudas piernas para derribarle.
El hombre aguantaba lo mejor que podía, pero el niño pesaba como una enorme carga; entonces, temeroso de dejar caer al pequeño viajero, arrancó un árbol para apoyarse en él; pero la corriente seguía creciendo y el niño se hacía cada vez más pesado. Offerus, temiendo que se ahogara, levantó la cabeza hacia él y le dijo:
-"Niño, ¿por qué te haces tan pesado? Me parece como si transportase el mundo entero."
El niño le respondió:
-"No solamente transportas el mundo, sino a Aquel que hizo el mundo. Yo soy Cristo, tu Dios y señor. En recompensa de tus buenos servicios, yo te bautizo en el nombre de mi Padre, en el mío propio y en el del Espíritu Santo; en adelante, te llamarás Cristóbal."
Desde aquel día, Cristóbal recorrió la tierra para enseñar la palabra de Cristo.

Esta narración demuestra con qué fidelidad los artistas imagineros y los pintores de murales observan y reproducen los menores detalles de la leyenda. Siendo una de sus primeras representaciones la que fue encargada en la Mansión Lallemant de Bourges, antigua ciudad del Berry. Bajo la inspiración del sabio hermetista que le había encargado la obra 2, el artista colocó al gigante con los pies dentro del agua y lo vistió con un lienzo ligero anudado sobre el hombro y ceñido con un ancho cinturón al nivel del abdomen. Este cinturón es lo que da a San Cristóbal su verdadero carácter esotérico, pero esa es otra historia.

1. Amédée de Ponthieu, Légendes du Vieux París, París, Bachelin-Defloreane, 1867, pág. 106.
2. Por ciertos documentos que se conservan en los archivos de la Mansión Lallemant, sabemos que Jean Lallemant pertenecía a la Hermandad alquímica de los Caballeros de la Tabla Redonda.

Pórtense bien y no den lugar a que me den las quejas, ya que luego "menrito" y eso da lugar a regañinas.

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