09 enero, 2010

La Inquisición en Alcaudete

En la muy noble y leal ciudad de Alcaudete

Permitan sus señorías que les hable de la Santa Hermandad y su trayectoria en Alcaudete, al menos en la época que yo la conocí.
El término de Alcaudete formaba parte del distrito que dependía del tribunal de Córdoba, el cual a su vez se encontraba dividido en diez partidos, siendo el sexto el que correspondía a Alcaudete junto a los términos poblacionales de Carcabuey, Priego, Castillo de Locubín y Alcalá la Real.
La presencia de la Inquisición en cada una de estas localidades la personificaban los llamados familiares de la Inquisición, estos eran colaboradores seglares que servían al Santo Oficio como informadores, delatores o incluso como guardias armados. En contrapartida por los peligros a que se exponían, gozaban de especiales privilegios, como el poder llevar armas o acogerse a la jurisdicción del tribunal inquisitorial, incluso habiendo cometido un delito.
No le faltaba a la Inquisición, candidatos que se prestaran a servirla ya que era muy goloso poder disfrutar de estas y otras ventajas, así es que debido a esto se tuvo que tomar la determinación de controlar su número, que debería ser proporcional en relación con el de habitantes del vecindario de cada término, de este modo durante los últimos años del siglo XVI solo existieron en Alcaudete un comisario, un notario y siete familiares del Santo Oficio, nutrida representación comparada con Carcabuey donde solo había tres familiares, o con Castillo de Locubín que tenía un comisario y un notario pero ningún familiar. Este personal de Alcaudete era de similares características que en Priego donde disponían de dos familiares menos, igual que en Alcalá que por otro lado disponía de dos comisarios.
Vuesas mercedes pueden sacar la cuenta de que el distrito sexto disponía de cinco comisarios, cuatro notarios y 20 familiares que daban una plantilla total de 29 componentes del Santo Oficio.
Si por otro lado les digo que por aquel tiempo Alcaudete tenía 1.737 vecinos y 7.816 habitantes, Carcabuey 400 vecinos y 1.800 habitantes, Priego 2.400 vecinos y 10.800 habitantes, Alcalá 700 vecinos y 3.500 habitantes y Castillo de Locubín 520 vecinos y 2340 habitantes, podrán sacar sus señorías la conclusión de que, cuanto más cerca está la villa del término que correspondería a Granada, más intensa y numerosa es la presencia y la vigilancia inquisitorial, a excepción de Priego, cosa por otro lado lógica ya que el aumento considerable de la población, que experimentó este núcleo urbano en ese periodo de tiempo no debió ser acompañado por un incremento de vigilancia inquisitorial.
Por si no fuera poco el control que día a día que ejercía este personal sobre el vecindario, debemos añadir las inspecciones periódicas, las llamadas “visitas”, que se encargaban de organizar los inquisidores cordobeses.
Entre 1570 y 1605, puedo dar fe que se realizaron cuatro visitas en la comarca, todas iniciadas desde Córdoba.
En 1570 fue el licenciado Alonso Tamarón el que nos visitó siguiendo la ruta de Carcabuey, Alcalá, Alcaudete y Baena. En 1575 fue el doctor don Alonso López el que hizo ruta por la Rambla, Montilla, Aguilar y Priego, sin que se llegase a Alcaudete por indisponerse con unas fiebres. En 1585 el doctor don Antonio Martínez visitó Lucena, Carcabuey, Priego, Alcalá, Castillo de Locubín y Alcaudete. La cuarta “visita” la hizo en 1605 el licenciado Jerónimo González que recorrió Aguilar, Priego, Alcalá la Real y Alcaudete.
En los días que el visitante permanecía en la villa se produjeron delaciones y testificaciones, de las que se derivaban frecuentemente las incoaciones de procesos y el encarcelamiento de los reos sospechosos de tales delitos.
Los que más sufrieron persecución por los más peregrinos motivos fueron los descendientes de las familias de conversos, como algunos procedentes de Montefrío, que habían sido traídos al partido sexto por la Casa de Aguilar años antes, y que no sabían como quitarse de encima las continuas averiguaciones que los inquisidores hacían sobre su vida y comportamiento.
Así puedo dar testimonio de la mujer de Andrés Hernández, porque al delatar a otra mujer le ordenaron que guardara el más absoluto silencio y al no hacerlo, la penitenciaron a salir en auto de fe el 18 de octubre de 1570, con un cirio, y al pago de cuatro ducados de multa.
Diego Hernández Casarabolena y Juan Gutiérrez Almuda, por motivos sexuales, que vuesas mercedes considerarían de lo más peregrino, fueron penados a recibir doscientos y cien azotes, además de seis y cinco años de galeras respectivamente.
Es singular el caso de Isabel Hernández de Luna, que pese a sus creencias mahometanas fue reconciliada o el caso de tres mujeres y dos hombres que fueron absueltos de los procesos abiertos a finales del XVI, aun habiendo sido acusados de continuar observando la ley de Mahoma.
Los delitos por los que se abrían procesos eran con frecuencia aquellos que consideraban que la fornicación no era pecado, o las faltas contra el Santo Oficio, las blasfemias y reniegos, solicitar a hijas de confesión (o sea contra los clérigos acusados de solicitar a hijas de penitencia y abusos en el confesionario), hechicerías, palabras obscenas, blasfemias o dichos escandalosos, los casos de bigamia, los judaizantes y los islamizantes.
La Inquisición estaba muy atenta al comportamiento de los cristianos nuevos pero sin dejar de observar a los viejos. La visita realizada en 1570 por el inquisidor Alonso Tamarón a los núcleos sometidos a la jurisdicción eclesiástica de la abadía de Alcalá la Real y otros lugares próximos, estuvo motivada por la presencia de la comunidad morisca en Priego, que llegó a ser la mas importante del reino. La Inquisición de Córdoba consideró imprescindible mantener una estrecha vigilancia a esta minoría, para evitar conexiones con los moriscos sublevados en el reino de Granada.
En el curso de esta visita, el citado inquisidor recibió denuncias contra un total de 160 personas avecindadas en varias poblaciones, destacando las cincuenta y ocho entre Carcabuey y Priego, las cincuenta y seis que se hicieron en Alcalá la Real y las treinta y seis de Baena. Como vuesas mercedes pueden observar las villas de Carcabuey y Priego se llevan la palma, siendo un tercio de las denuncias por moriscos y las restantes imputables a otros estamentos de la sociedad cristiana vieja, algunos de ellos eran miembros del clero, de la aristocracia local, o de profesiones artesanales. En otras ocasiones las denuncias son debidas a la sospecha de estar circuncidados y tener hábitos alimenticios que les hacen candidatos a ser considerados judíos o moros, por sus actitudes culturales o la falta de respeto a las procesiones u otras manifestaciones religiosas.
Los aspirantes a pertenecer al Santo Oficio debían someterse a la llamada “prueba de limpieza de sangre”, esto era comprobar una serie de requisitos, como que no fueran descendientes de judíos, que debían ser personas cultas, de buen carácter, reputación, reconocida lealtad y honradez. El concepto social de cristiano viejo, tuvo grandísima influencia en estas tierras, las solicitudes para cualquier cargo, debían llevar aparejada la prueba de limpieza de sangre de los aspirantes, estos debían ser avalados por varios testigos, por lo general tres o cuatro que diesen consistencia a dicha información. Estos testigos debían ser personas de calidad, pertenecientes a estamentos privilegiados, si bien a veces se consintió las declaraciones de los humildes, aunque como regla inviolable tenían que ser invariablemente cristianos viejos.
También estaban obligados a pagar la “media annata”, o mitad de los ingresos percibidos durante el año, con destino en la cámara apostólica.
Los familiares o alguaciles de la Inquisición estaban facultados a practicar detenciones, eran también carceleros y en ciertas ocasiones debían acompañar a los inquisidores, para llevar armas tenían que estar autorizados, usaban cruces y las diferentes insignias de la Inquisición, en las fiestas solemnes, en los autos de fe y cuando tenían que recibir a personajes importantes.
El alguacil mayor era un cargo de honor que solo se daba a personas de categoría.
Los comisarios tenían por cometido el estricto cumplimiento de cuantas misiones se les encomendaran, entre ellas investigar el pasado, reputación, negocios y amistades de las personas denunciadas, con el fin de comprobar si eran ciertos los delitos que se le impugnaban.
Los notarios se encargaban de los bienes incautados a los reos, una parte los destinaban a la corona y la otra para el Santo Oficio que con ellos cubrían parte de sus cuantiosos gastos.
Los calificadores estaban encargados de examinar los libros y escritos denunciados como herejes e inmorales.
Y por último las denominadas personas honestas que visitaban a los prisioneros para consolarlos en su infortunio y enseñarles la verdadera fe.
Sirvan estos apuntes para introducir a vuesas mercedes en el conocimiento del funcionamiento del Santo Oficio, cosa aparte es escribir sobre los procesos y juicios así como las averiguaciones y torturas a las que se sometía a los procesados para recabar de ellos la verdad sobre los hechos denunciados. Esto es cosa que me propongo hacer y si se me permite publicar en estas páginas en una futura ocasión.

Pórtense bien y no den lugar a que me den las quejas,
ya que luego "menrito" y eso da lugar a regañinas.

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