08 enero, 2006

LA OLLA PODRIDA

En la muy noble y leal ciudad de Alcaudete

El cocido de garbanzos, andaluz (con pringá), madrileño, castellano, gallego, etc., que se come en la actualidad en toda España parece un pobre remedo de la olla “podrida” castellana, plato cuyos orígenes se pierden en la noche de los tiempos.
Sepan sus señorías que es plato popular aunque no es para todos los bolsillos, siendo propio de días de fiesta o bodas de labradores acomodados. Esta clase social experimentó en la primera mitad del siglo XVI un notable enriquecimiento gracias al aumento de la demografía y al alza de los precios agrícolas. Esta circunstancia acabará en el último cuarto de siglo (hacia 1575 aproximadamente), cuando malas cosechas continuadas, producen una hambruna que los trabajadores del campo sufren en mayor medida por el estado feudal en el que se encuentran.
La dieta alimenticia de los labriegos, que constituían casi toda la población española (menos de nueve millones en el siglo XVI) consistía en pan y algunas “hierbas”, que así se llamaba a las verduras en dichas fechas. La carne, casi no la probaban y procedía de la caza furtiva, (ya que los animales salvajes eran del señor de lugar) o de animales muertos.
«Los labradores se sustentan almorzando unas migas o sopas con un poco de tocino. A mediodía comen un pedazo de pan con cebollas, ajos o queso, y así pasan hasta la noche, en que tienen olla de berzas o nabos, cuando más un poco de cecina, con alguna res mortecina. Es notorio que en algunos pueblos sin recursos, sus habitantes se alimentaban exclusivamente con bellotas».
Estos comentarios se encuentran en libros que vieron la luz en la época de Felipe II.
La alimentación de los nobles se basaba en el consumo casi exclusivo de la carne y del pescado cuaresmal.
Por lo tanto, es la clase de labradores acomodados, la creadora y principal consumidora de la «olla podrida».
Esta comida, preparada en una gran olla, duraba muchos días. No sería extraño que se pudriera y al cabo del tiempo apestase. Pero esto no era inconveniente para consumirlo. Está comprobado que los faisanes y perdices podridas hicieron las delicias de los paladares de la gente más encopetada.
Hay quien ha llegado a otorgarle propiedades afrodisíacas, pero eso tiene mucho que discutir y sería motivo de otro escrito.

(Receta del siglo XVI)
VERDURAS
Acelgas, repollo, berza, espinaca, judías verdes, lechuga, puerros, perejil, ajos, cebollas, escarola, zanahorias.
Se lava muy bien; se corta y se pica mucho. Se mezcla, se echa sal y se pone a cocer con el chorizo (tantos trozos de chorizo como comensales).
Cuando esté bien cocido, se escurre el agua y se guarda para usarla en sopas de ajo o de otro tipo.
Notas: Se puede hacer en la olla. Si no se hace en la olla, hay que cuidar de quitar la espuma que se forma en el puchero (lo que antiguamente se llamaba espumar).
CARNE
Cordero, vaca, gallina, perdiz, liebre o conejo, solomillo de cerdo, pichón.
Se parten en trozos, ni muy grandes ni muy pequeños, se salan y se fríen. Que estén dorados y bien fritos, pero jugosos.
EMBUTIDO
Chorizo, salchichas, morcilla (burgalesa, de arroz y al estilo andaluz, de cebolla), tocino (entreverado), costilla de cerdo.
El chorizo con las verduras (como se ha dicho). El tocino y las salchichas se echan desde el principio a cocer con los garbanzos, así como la costilla.
OTROS INGREDIENTES
Garbanzos, patatas, calabaza, hierbabuena.
TIEMPO Y PRECIO
Unas dos horas largas, y el precio lo calculan sus señorías que a mi no se me dan bien los euros.
MODO DE OPERAR
En un recipiente grande se ponen los garbanzos con las carnes fritas y los embutidos (salvo la morcilla y el chorizo, que sólo se mezclaran con todo al final de la cocción). Se cubre de agua; se sala; se echa la calabaza partida en dos o tres trozos (una rodaja grande), y a cocer.
Cuando vaya faltando el líquido, se echa más agua (preferentemente caliente para que no deje de hervir, o deje lo menos posible). Cuidar de que siempre esté caldoso.
En el segundo tercio de cocimiento se echan las patatas (una pequeña por comensal).
Se echa la hierbabuena (dos o tres brotes para diez personas) entera y sin partir.
En el último tercio se echan las morcillas. Hay que espumar con frecuencia, en el primer tercio, para quitar toda la espuma que se produce, después ya no se hace. El fuego ha de ser, una vez que rompe a hervir, lento.
Una vez cocido todo, se sirven los garbanzos en un recipiente con caldo. Las carnes, en otro; los embutidos, en otro, y las verduras aparte, y se mezclará en el plato de cada comensal.
NOTAS
1) Lo conveniente es hacer este plato para diez personas por lo menos.
2) Este plato se servirá caliente y hemos de procurar que sea caldoso.
3) La carne se ha de freír con aceite del mejor (virgen extra lo llaman vuesas mercedes) y ajo a su gusto.
4) No escatiméis en los ingredientes y comer a boca llena hasta hartarse.
5) Si se hace en cazuela de barro ganará en sabor.
6) Acompañar con un buen Valdepeñas, Rioja de buena graduación o un Priorato.
7) Se llama «podrida», entre otras cosas, por deshacerse la carne al cocer tanto rato, pero eso no tiene la menor importancia.
8) En la mesa no ha de faltar el pan, que ha de ser hogaza de las que todavía se hacen en Valdepeñas de Jaén, y sin que por ningún motivo se permita otro tipo.

Pórtense bien y no den lugar a que me den las quejas, ya que luego "menrito" y eso da lugar a regañinas.

LAS DOS VECES QUE VI A CERVANTES


Seguramente no sabrán los que lean estas líneas, que el Arcipreste Senrita ya intentó publicar un texto en el anterior programa de feria 2004. No pudo ser, el texto que nos envió al correo de la asociación Amigos de Alcaudete fue rechazado en Cultura del Ayuntamiento, por la razón de su anonimato. No facilitó DNI. ni cualquier otra identificación que no fuese su nombre: Arcipreste Senrita.
Es recientemente, cuando he recibido un escrito del Arcipreste en mi correo personal, y en él me ruega que haga lo posible para que se publique la historia que en él me adjunta. Dado que seguirá el problema para que dicho escrito vea la luz, me decido a contarles a todos ustedes lo que en él se relata. Yo estoy perfectamente identificado y no creo que nadie ponga pegas a que estas letras estén en el programa de 2005.
Se extraña el Arcipreste del menudo revuelo que se ha armado con el cuarto centenario de la publicación del libro que narra "La vida, y hechos del ingenioso cavallero Don Quixote de la Mancha", compuesta por Don Miguel de Cervantes Saavedra. En dos ocasiones de su azarosa vida, quiso el destino que viese a tan ilustre escritor. La casualidad y las circunstancias de su vida fueron las que propiciaron dichos encuentros.
En el primero, que ocurrió en Alcaudete, según dice el Arcipreste no había cumplido los 9 años de edad. A continuación transcribo sus propias letras.


Era por la tarde, cuando las tinieblas empiezan a apoderarse de las esquinas y todo hijo de vecino empieza a apresurar el paso para llegar a su casa. Hacía rato que mi madre me había llamado con esas características voces y chistíos que hace tiempo se acostumbraba para que los niños tornasen a casa.
Me había sentado a la mesa camilla que estaba en el primer tramo de la botica de mi padre. Acababa de dar buena cuenta de un coscurro de pan pringado en aceite y untado con miel. Mi padre que estaba haciendo preparativos para salir a distribuir unos purgantes, me había encendido un candil de sobremesa y me instaba a que hiciese los deberes de cuentas y escritura para el día siguiente.
El pegunte de la miel que persistía en mis dedos, se resistía a ser traspasado a la pernera de mis pantalones. En esas estaba cuando entró en la botica un hidalgo, que se cubría con un bonete parecido al que llevaba su majestad el rey Don Felipe II (que en gloria esté), en un retrato a carboncillo que había en la rebotica. Zapatos con hebilla plateada, calzas negras, jubón marengo con abotonadura azabache y una gola algo amarillenta que los señores de Alcaudete no usaban ni en las grandes solemnidades. Tenía un brazo lisiado, que casi no podía mover y en la otra mano portaba un atado de pergaminos, que inmediatamente dejó sobre el mostrador.
Al pasar por mi lado me dio un capirote en la cabeza, a modo de saludo mientras le decía a mi padre:
– O la memoria me comienza a flaquear o vuesa merced, no estaba aquí la última vez que vine a esta botica -.
Mi padre le contestó al caballero que él tampoco le recordaba y que seguramente eso debió acontecer más de dos años atrás, que ese era el tiempo que regentaba el establecimiento.
Se abrió de nuevo la puerta de la calle y entró apresuradamente don Wisiedo el notario, contertulio y amigo de mi padre que sin mediar saludo alguno se dirigió al hidalgo, con una gran sonrisa y engolando la voz le dijo:
– Venía por la calle y le he visto entrar, si no me equivoco vuesa merced es Don Miguel de Cervantes, recaudador real, que vino por aquí hace unos cuantos años y al que tuve el gusto de conocer en la posada de la calle Pilarejo - .
El hidalgo se quedó mirando a don Wisiedo y mesándose la barba con la mano buena le respondió:
– Son muchas las personas que he conocido desde el invierno de 1592, pero ahora que usted me lo dice, me parece recordar que es justicia de la Santa Hermandad o notario -.
Don Wisiedo iluminó su mirada con la satisfacción de ser reconocido y contestó:
– Buena memoria tiene vuesa merced, soy notario, el justicia al que se refiere es Gumersindo Planeyes que también conoció en esas fechas y que le introdujo en el palacio de los señores condes-.
Don Miguel hizo un mohín de incomodo y dirigiéndose a mi padre le dijo:
–Perdonen vuesas mercedes pero necesito que me preste ayuda para el dolor que me consume este brazo inútil -.
Don Wisiedo le contestó de corrido:
– Nada, nada Don Miguel, lo primero es lo primero, ha venido al lugar apropiado, mi amigo Sebastián (que así se llamaba mi padre) le va a servir el mejor ungüento que jamás haya probado y todos sus dolores y molestias quedarán adormecidos -.
-Mire señor boticario, lo que me unto en el brazo es una cataplasma de Verbena que me va bastante bien, y vuesa merced sabe que más vale malo conocido que bueno por conocer-.
-Yo le habría preparado un ungüento de mostaza e higos secos. El que vuesa merced me indica lo aconsejo para los dolores de ciática pero si vuesa merced quiere ese ungüento no se hable más, que no hay enfermedades sino enfermos y lo que va bien a unos a otros no les remedia su mal, así es que si espera un momentico yo mismo le daré el masaje-
Le contestó mi padre y en un instante se perdió tras la cortina de la rebotica.
Se hizo un silencio incomodo que fue roto por el notario. – Don Miguel ¿Cómo le va con sus libros? ¿Ha publicado algo nuevo? ¿En que historias se anda metido?.- El señor Cervantes, tardó un tanto en contestar, pero al fin le dijo con una media sonrisa –No ha muchas semanas que he terminado una novela corta que he venido en llamar "El celoso extremeño" y trabajo en estos días en una historia sobre un hidalgo manchego que perdió el seso de tanto leer libros de caballerías-.
-Buenas historias serán sin duda-
dijo don Wisiedo – hace más de dos meses que no leo nada, rompí los anteojos y he de ir a Córdoba a por unos nuevos, pero lo último que leí de vuesa merced fue la Numancia, que aún no he acabado y puedo asegurarle que he disfrutado la lectura-.
En estas estábamos cuando mi padre entró de nuevo portando el ungüento y le mostró a don Miguel una silla que había a mi lado para que se sentase. Reparó mi padre en mi presencia y agarrándome de la oreja me mandó que subiese a la casa para así no estar presente durante la cura.
Al rato, cuando pensé que ya habría terminado el masaje, volví a la botica y ya se había marchado. Mi padre y don Wisiedo hablaban de la epidemia de peste que según relato del señor Cervantes, se había desatado en la ciudad de Sevilla de donde venía en viaje hacia Jaén y después Madrid.

El segundo encuentro, ocurrió en Madrid, según dice el Arcipreste y en esa fecha ya había cumplido los dieciocho años de edad. En esas fechas se encontraba estudiando su primer año en la Complutense de Alcalá de Henares, después de un año casi perdido en la universidad de Salamanca, (pero esa es otra historia).
A continuación transcribo sus propias letras.


Era un día del final de primavera, pero ya apretaba la calor. El viaje de Alcalá a Madrid había sido cómodo, en la diligencia solo íbamos cuatro personas, mi amigo y compañero Isaías Guzmán, un ama vieja y adusta que acompañaba a una muchachita enferma y yo mismo.
Llegamos a las Postas cuando el sol empezaba a declinar y aunque apretaba el hambre y la sed, nos encaminamos hacia la calle Mayor, pensando en tomar un bocado por el camino en cualquier ventorro al paso. Era sábado y teníamos planificado el viaje desde comienzo de curso. Se trataba de ir a Madrid a pasar una noche y estar de vuelta para el lunes ya que las clases en la universidad no podíamos perderlas. El sábado solo teníamos una clase temprana y salíamos con tiempo de coger la diligencia.
Todos los compañeros nos encarecían que tomásemos cuidado de no entrar en pendencias o reyertas que en Madrid eran especialmente peligrosas, pero vuesas mercedes saben que los pocos años y las ganas de ver y conocer no son buenas compañeras de la prudencia así es que con pocos dineros y un mucho de ilusión habíamos comenzado una aventura que esperábamos hacía meses. Tratábamos de ir al garito de juego de la calle Santiago, que se encuentra en los sótanos de la librería del editor Francisco Robles, el que publicó la primera de Don Quijote de la Mancha, allá por el año 1605.
Yo, que recordaba vivamente a don Miguel de Cervantes desde que era un tierno infante en Alcaudete, tenia el encargo de comprar dos libros del Quijote, uno para don Wisiedo el notario y otro para mi padre. Cumplido el encargo pasaríamos al garito con el fin de probar fortuna en el juego y así incrementar los escasos dineros que portábamos, ir a visitar a una cortesana de la mancebía de Domingo, en la Red de San Luis, conocida y paisana de mi amigo Isaías y si daba tiempo visitar alguna academia que así se llamaban las tertulias literarias y de poetas, o visitarámos algún mentidero de artistas.
Sin darnos cuenta, al entrar en la calle Mayor y más por intuición que otra cosa nos dirigimos a la derecha para desembocar en Puerta del Sol. La plaza se abría ante nosotros, cerdos y gallinas pululaban por doquier, restos de verduras y sandías medio averiadas formaban un pastiche por los polvorientos suelos y menos mal que por ser hora tardía, podíamos circular pegados a las paredes buscando la sombra. Vuesas mercedes sabrán que esto es peligroso por las mañanas o primeras horas de la noche por las costumbres que tienen las gentes de arrojar las aguas y orines por las ventanas a la voz de "agua va". Nos llegamos a la fuente que se halla en los aledaños del templo del Buen Suceso donde nos abrevamos y mojamos nuestros pañuelos para pasárnoslos por el cogote. Mi amigo Isaías colocó su pie sobre el pretil del pilar y después de echar una visual hacia la calle de la Montera me comento: –Tenemos que volver hacia la calle Mayor, si queremos llegar a tiempo a la librería, no sea que la encontremos cerrada-.
Así lo hicimos. Una pelea de perros junto al albañal del palacio de Oñate, nos hizo templar el paso hasta que un esportillero la emprendió a palos con los canes que huyeron despavoridos hacia la calle Carretas. En poco llegamos a los soportales de la Puerta de Guadalajara, donde un grupo de soldados porfiaban con unos paisanos sobre las ventajas de enrolarse en tercios. Ya les venia sobrando, con el calor que hacia, sus raídos jubones anaranjados y la capilla parda que alguno terciaba en el brazo, desde chico me atrajeron sus calzas verdosas y esos sombreros emplumados que con tanto donaire portaban.
Entramos en la plazuela del Salvador y después de pasar la esquina de Milaneses vislumbramos la librería en la calle de Santiago. A la puerta un individuo hacia guardia sentado en una silla de anea con el respaldo bajo el sobaco izquierdo. El tahalí con la vizcaína colgaba de la silla, y eso nos dio a entender que era vigilante y mercenario del garito. - Buenas tardes, ¿nos podría decir cuando cierran la librería? -. Nos miró con indiferencia y con acento flamenco nos respondió. – El encargado ha subido acompañado de un hidalgo al piso para hablar con Don Francisco, así es que la librería está sola, den una vuelta y vuelvan al rato que aún queda para que cierren- . Nos apartamos unos pasos sin saber que hacer y entonces reparamos en las ganas de comer y en que unos metros más allá, casi esquina con la plazoleta de Santiago había un bodegón. Nos miramos y sin mediar palabra después de lanzarnos una media sonrisa nos dirigimos a la taberna.
Estaba regentada por un manchego bizco que arrastrando las eses y aspirando las jotas nos dio ceremoniosamente la bienvenida inquiriendo de corrido qué es lo que íbamos a tomar. Yo pedí un plato de menudo y una frasca de vino de Alaejos recordando lo que mi padre decía del vino de Alaejos "…hace hombres a los niños y remoza a los viejos". Isaías por su parte se encaró a un cuartillo de aguardiente y un buen trozo de empanada de carne en adobo. Saciamos el hambre casi sin mediar palabra, distraídos en la contemplación de los parroquianos, unos aguadores que bebían málaga dulce y que por las voces y risotadas se deducía que llevaban varias jarrillas, una mendiga que daba la lata con su monserga lastimosa y un corchete que debía saber leer ya que seguía con el dedo las líneas de una gaceta mientras con la otra desmenuzaba una sardina arenque que trocito a trocito arrimaba a su boca.
Pagamos unos reales por la pitanza y salimos a la calle de nuevo. En la puerta de la imprenta estaban dos hombre y el guardián que se había puesto de pie. Mientras nos acercábamos, un zagal que sacaba un orinal repleto le dijo al "flamenco", - Manfred, baje que le llama Rafael- . Trincó la vizcaína de la silla y echó escaleras abajo diciendo- Gracias Pascualino, allá voy-.
Los otros dos caballeros se despedían cuando llegamos a la puerta de la librería. El hidalgo de la gola le decía al que parecía ser el encargado del establecimiento –Damián, quedamos en eso, mañana mandas a mi casa de la calle Huertas esos escritos que don Francisco Robles ha dejado sobre su mesa y yo te daré las correcciones del libro para que las entregues en la imprenta de Cuesta-. Un vuelco me dio el corazón, yo conocía al hidalgo, ¡claro que si! Le conocía desde mi infancia, solo le había visto una vez pero era inconfundible .
– Perdone vuesa merced señor hidalgo pero, o mucho me equivoco o su señoría es don Miguel de Cervantes-. Frunció el ceño, escudriñó mi rostro y después de repasar con la mirada nuestra apariencia, reparando en la loba y el manteo de la Universidad, contestó:- Tiene razón señor estudiante, pero yo creo que no tengo el gusto de conocerles-.
-Es natural Don Miguel. La primera y última vez que le tuve delante fue en la botica de mi padre en Alcaudete, allá por el año 1598 ó 1599 que de fechas pierde uno la noción, venía vuesa merced de Sevilla, dijo que la peste se empezaba a cebar en la población y pidió a mi padre un remedio para su dolor en le brazo lisiado -.
Don Miguel, frunció el entrecejo y después de mesarse la barba con la mano buena me dijo:- Por ese entonces seríais un rapaz, eso ocurrió en 1599, hace ya diez años y aunque no os recuerdo, si que me acuerdo de vuestro padre, que tenia un acento gallego que no era propio de las tierras de Jaén y también me acuerdo de un notario, de nombre Wenceslao o Wisiedo…
Sonreí, era impresionante que tuviese tan buena memoria, bonico se iba a poner don Wisiedo cuando se lo contase. – Pues que alegría Don Miguel, venimos de Alcalá donde hemos comenzado Teología, después de casi perder el año pasado en Salamanca. No ha más de hora y media que dejamos la diligencia y aquí estamos con el encargo de comprar un par de libros de las aventuras de don Quijote de la Mancha, encargos para el pueblo y que esperamos que sean de buena edición-.
-Salamanca no es lo que era mi buen amigo, pero pasen y seguro que Damián les atenderá divinamente-,
dijo don Miguel haciendo ademán de marcharse.
-Perdone don Miguel-contesté yo- pero no podemos dejarle marchar, seguro que vuesa merced será tan amable de firmar y dedicar los dos libros que vamos a comprar-.- Me incomoda porque me esperan en casa- respondió Cervantes- pero si no es cuestión de mucho rato, con gusto firmaré los libros-. Entramos en la librería y seguimos a Damián hacia unos estantes que recibían los últimos rayos de sol procedentes de un ventanuco que debería dar a un patinillo. Con el trasteo se levantó un polvo tenue que brillaba con el sol y dejaba un halo irreal en la librería, montones de ejemplares se acumulaban en mesas, estantes y aparadores.
Damián empezó a buscar mientras decía – Son dos Quijotes ¿verdad?-. -No, señor, tres- dijo mi amigo Isaías, que ante Cervantes no había dicho ni palabra pero que con su presencia se había animado a la compra de otro libro. Damián cogió tres ejemplares de una edición de 1608 por Juan de la Cuesta, pero yo que me hallaba curioseando en un estante, vi junto a cinco tomos de la Galatea, un Quijote trasconejado de la primera edición, o sea del 1605 y agarrándolo como si se tratase de un tesoro me encaré a Damián diciéndole – Suelte uno de esos ejemplares, que si no le molesta a vuesa merced, me voy a llevar este que es de primera edición- . Ni me contestó, cogió una punta de carbón y sobre un trozo usado de papel empezó a hacer la cuenta de la compra.
-Son trescientos ochenta y cinco maravedíes el tomo, pero ese que ha cogido vuesa merced es primera edición y está algo estropeado de rodar por las estanterías, me dan tres ducados y en paz quedamos-. Sacamos los dineros y juntamos los tres ducados que pedía. Don Miguel se impacientaba y viendo la premura le dije – Si vuesa merced lo ve bien le ruego que dedique el antiguo a mi padre Sebastián Meloso, y el otro se lo dedica a Don Wisiedo Carrueco, notario que es de la villa de Alcaudete -.Mi amigo Isaías hizo mención de la dedicatoria que deseaba y despedimos en la puerta de la librería al amable don Miguel, que en silencio nos había dedicado los libros.
Metimos los libros en una talega que al efecto llevábamos y repasamos nuestras pertenencias dinerarias antes de entrar en el garito. Poco dinero quedaba, pero de perdidos al río, y con parsimonia comenzamos a bajar las escaleras…

Deja el señor Arcipreste para más adelante la continuación de la historia, y asegura en lo poco que he dejado de transcribir de su escrito, que en alguna casa de Alcaudete debe de haber una primera edición del Quijote, la de 1605, y si no es así será porque algún villano lo haya quemado en la chimenea, en tarde de frío, y desconociendo la importancia del libro.
Alcaudete año de 2005, V centenario de la publicación del Quijote, Escrito original del Arcipreste Senrita, trascrito y comentado por Eduardo Azaustre Mesa para el programa de feria del mismo año.

LA CRUZ DEL LLORO

En la muy noble y leal ciudad de Alcaudete

Voy a contarle a vuesas mercedes la historia de los hermanos Carvajales que vinieron a morir despeñados a la ciudad de Martos por orden de Fernando IV de Castilla en 1312.
Este rey que pasó a ser llamado el Emplazado tuvo un corto reinado lleno de conjuras y controversias. Su padre, el rey Sancho IV el Bravo, murió cuando tenía diez años y desde ese momento hasta que fue mayor de edad, en el año 1301, todo fueron vicisitudes y obstáculos para su reinado.
Don Fernando fue siempre un mezquino y por esta razón no ha de extrañar que tuviese enemigos a mansalva, lo que de algún modo afectó a su salud y era frecuente verlo toser y vomitar sangre de tanto en tanto, así es que su mal humor y genio estaban justificados.
Estaba obsesionado con destruir a todos sus enemigos, usando para ello las más peregrinas argucias, conjuras y de acusaciones falsas. Entre otros, fue a dos nobles, Juan y Pedro Alfonso de Carvajal, a quienes decidió eliminar, encargando tan espinoso asunto a Juan Alfonso de Benavides, favorito real, que no pondría escrúpulos en asesinarlos. Luego el propio rey haría justicia, mandando al patíbulo a su propio favorito. Pero a Juan Alfonso se le volvieron las tornas, y fueron los Carvajales los que dieron muerte al favorito real, “en defensa propia”.
Al enterarse el rey de semejantes hechos, los acusó de asesinar a un querido cortesano, y de haber conspirado contra su rey. “Asínesque” ordenó su arresto inmediato, siendo arrestados en Medina del Campo, mientras compraban caballerías y arreos en la feria de ganados.
Torturados, vejados y humillados, fueron trasladados a Jaén, ciudad a donde se había trasladado el rey, buscando mejoría a sus expectoraciones de sangre, y que en un ataque de ira había reclamado que fueran llevados a su presencia los que habían dado muerte a su favorito.
Hubo un juicio sumarísimo en el que se mantuvo la inocencia de los dos hermanos, que juraban una y otra vez que no habían tenido intención de matar a D Juan Alfonso de Benavides, sino que esta muerte ocurrió a resultas del defendimiento de sus propias vidas, ya que el favorito real fue el atacante.
Pero como Fernando IV quería por encima de todo, eliminar a los dos hermanos, de nada sirvieron las razones o los juramentos. Les condenó a ser despeñados desde la almena más alta del castillo de Martos, metidos en una jaula de hierro.
Familiares y partidarios de don Juan y Pedro Alfonso de Carvajal suplicaron al rey para que suavizase la pena, alegando que si de verdad fuesen culpables habrían huido y no los habrían podido apresar mientras paseaban por la feria de ganados.
Pero el rey, lleno de odio y entre tosidos y vómitos, hizo oídos sordos confirmando la sentencia.
En la mañana del 7 de agosto de 1312, el rey llegó con su séquito al castillo de Martos, para presenciar el cumplimiento de la cruel sentencia. Se alzó la jaula, con los Carvajales dentro, sobre la torre más alta del castillo y que daba al tremendo precipicio. El rey quiso concederles una última voluntad o gracia, antes de que fueran despeñados.
Los dos hermanos respondieron que ponían a Dios por testigo de su inocencia y que ante la injusticia que se cometía con ellos, esperaban que Díos, con su infinita justicia y poder, haría que el rey se personase en Juicio Divino, para responder de sus acciones e injusta condena. Así es que le emplazaron para que en treinta días, compareciera ante Dios Todopoderoso, deseándole que no parase de vomitar sangre hasta que llegara ese momento.
Las risotadas del rey Fernando IV, fueron inevitables, pero lo cierto es que cuando dio la orden para que la jaula se precipitara al vacío estrellándose contra los peñascos, el rey vomitó sangre como nunca.
Pasaron los días y la salud del monarca empeoraba. Llegando sus ataques de ira y enojo al paroxismo cuando se enteró que un nutrido número de marteños y partidarios de los infelices Carvajales, habían construido una cruz de piedra, en el lugar donde se estrellaron y a la que denominaron “La cruz del lloro”.
Envió una expedición de soldados para que la destruyeran, pero jamás la encontraron. Lo que sí supieron fue de un romance que corría de boca en boca, según el cual sólo podrían ver la cruz, aquellos que fueran justos y limpios de corazón ante Dios.
Lleno de orgullo, el rey Don Fernando acudió el 25 de agosto al lugar del ajusticiamiento, el barranco de la peña de Martos donde se arrojo a los dos caballeros, para ver la cruz, y de esta forma desafiar a quienes le acusaban de asesino.
Dos pastorcillos estaban en el lugar y el rey les preguntó si sabían quien era él, a lo que le respondieron que si, que era el rey, el acompañamiento, las armas y las vestiduras no dejaban duda.
Así es que Fernando IV, seguro del temor y reverencia de los pastores les hizo la siguiente pregunta:
¿Qué veis sobre aquellas peñas?
Los dos contestaron a la vez:
La cruz del lloro.
El rey y su séquito, miraron y remiraron una y otra vez sin ver cruz alguna, lo que les hizo quedar inquietos y confusos, dejando un poso de dudas sobre la leyenda o romance.
Fernando IV empeoraba a marchas forzadas, y el 7 de septiembre de 1312, después de un banquete, se retiró a sus aposentos para descansar, sin que volviese a salir vivo del sueño.
Había pasado un mes justo, desde que los Carvajales lo habían emplazado a comparecer ante Dios y su Juicio Divino. “Asinesque” El nombre de Emplazado de este monarca no deja lugar a dudas y de esta forma se cumplió la terrible venganza, venganza después de muertos.

Pórtense bien y no den lugar a que me den las quejas, ya que luego "menrito" y eso da lugar a regañinas.

LA SANTA COMPAÑA



En la muy noble y leal ciudad de Alcaudete


Hace muchos años que no escucho a vuesas mercedes hablar de la Santa Compaña, y no es que sea raro, la buena iluminación de las calles y que sus señorías van casi siempre en sus coches, impiden sobremanera que sean testigos de semejante procesión, aunque para los «creyentes» la razón es que ahora se rezan más misas a los difuntos...
Sepan, los que no tengan noticia, que la Santa Compaña es una procesión de almas en pena, que va precedida por un ángel enfermo y triste, que porta una cruz plana y una alcuza con agua bendita, (...cuando amanece, otro ángel hermoso va empujando a las sombras y huyen los malos espíritus). Caminan en dos hileras, envueltas en sudarios, con las manos frías y los pies descalzos.
Cada fantasma lleva una luz, pero casi siempre es invisible, sólo un olor a cera y un ligero viento son las señales de que está pasando la legión de espectros.
Al frente, junto al ángel va el espectro más grande, “la estadea”.
Algunas veces llevan un ataúd en el que va un familiar del que presencia el paso. Este familiar no tardará en morir.
Discurre por las calles oscuras y extrarradio de los pueblos, calles que casi siempre conectan con lugares apartados y oscuros de vegetación espesa o con connotaciones religiosas, siempre los ve un solo testigo y a altas horas de la noche....
Aquí en el pueblo un buen sitio para ver la Santa Compaña es los aledaños de la fuente Zaide en su conexión con el Calvario, la explanada de “las Cañaillas” y las callejas adyacentes al cementerio, sobre todo cerca de la antigua bajada a la estación del ferrocarril.

La «Santa Compaña» la describen como una procesión de figuras vestidas de blanco y cubiertas con sendas capuchas. Cosa falsa e infundada, ya que aunque algún difunto vaya así, la mayoría va con traje de mortaja. Se ve claramente cuando se observa que la chaqueta está cortada por la espalda de arriba abajo, y de forma esporádica algún que otro difunto lleva sayal de alguna orden religiosa o cofradía.
La fantasmal comitiva se mueve en el más absoluto silencio, mientras un fuerte olor a cera quemada lo inunda todo.
Algunas veces se puede observar como esta comitiva se para frente a la casa de algún vecino, que invariablemente morirá próximamente en extrañas circunstancias.
Según la tradición, tan sólo ciertos «dotados» poseen la facultad de ver a la Santa Compaña: los niños a los que el cura párroco, por error, bautiza usando el óleo de los difuntos, poseerán, ya de adultos, la facultad de ver la aparición.
Otros, nunca podrá verla pero si intuirla por el olor a velas surgiendo de repente, o el espanto de determinados animales: perros, gatos, gallinas con sus pollitos, caballos... que según la leyenda pueden ver esos fantasmas por algún tipo de sensibilidad especial.
El buen creyente habrá de dejarse guiar por esa intuición y tomar igualmente las medidas oportunas.
El punto de reunión de la fantasmal comitiva será, determinadas encrucijadas de caminos donde hay cruces o recordatorios de muertes violentas y accidentes, y a partir de ese punto comenzará su triste procesión nocturna.
Estos difuntos intentan no solo avisar de futuras muertes de vecinos, reclamando su alma como nuevo acompañante, sino que también lo hacen para pedir misas por su salvación a los familiares vivos y para reprochar a los vivos pecados o faltas cometidas.
Si sus señorías desean protegerse de la Santa Compaña y librarse de la condena en caso de toparnos frente a frente con semejante procesión, existen varias fórmulas de protección, y las más populares serían:
Acompañarse de un gato negro y, en caso de toparse con la macabra procesión, arrojárselo y huir.
Apartarse de su camino, no mirarles y hacer como que no se les ve.
Hacer un círculo con la estrella de Salomón o una cruz dentro y entrar en él.
Rezar sin mirarles y no escuchar su voz, en el supuesto de que se dirijan a nosotros.
Llevar encima escapularios, objetos sagrados, ajos o castañas de indias, y no plantarles cara.
En último caso, uno puede tirarse al suelo boca abajo y esperar que la Compaña no le pase por encima, o también hacer determinados gestos mágicos como «la figa o higa» o «los cuernos».

En las noches de invierno,
la muerte descalza
afila con celo
la plateada guadaña,
frecuenta caminos
y encrucijadas,
yendo al encuentro
de la Santa Compaña

Pórtense bien y no den lugar a que me den las quejas, ya que luego "menrito" y eso da lugar a regañinas.

LOS JUSTICIAS

En la muy noble y leal ciudad de Alcaudete

Hace algún tiempo que vuesas mercedes dan en quejarse del relajo de la autoridad, la falta de represión al delincuente o insocial o el no cumplimiento de su función por parte de justicias y guardias, municipales les llaman ahora.
Sepan sus señorías que salvo en épocas de tensión fronteriza y por luchas con el moro, en mi época ocurría tres cuartos de lo mismo. Los justicias, municipales para entendernos, tenían un cuerpo de guardia en el que guardaban armamento y enseres para su descanso mientras esperaban su actuación en el aviso de algún delito, allí se relajaban y descansaban, llegando a dormirse y no cumpliendo con su obligación de vigilia, para evitar que gente de mal vivir cometiese tropelías o se adueñase del bien ajeno.
Algo así ha ocurrido no ha mucho, con el robo por la noche, en un sitio de venta de aparatos, del los que sus señorías vienen en llamar electrodomésticos, y que se encuentra a escasos veinte metros del cuerpo de guardia de los municipales.
Se ha llegado a decir, que los guardias dormían a pierna suelta e incluso estaban encerrados en su cubil para que nadie les molestase, ya que en vez de descansar durante el día que es cuando libran de su quehacer como guardias, se dedican a trabajar en su hacienda cuidando sus olivos y haciendo labores de campesino.
No sé si esto es cierto, pero si así hacían, puede que no sea toda la culpa suya y más culpa deberá tener el edil que los contrata y paga, haciendo dejación de funciones, luego no les exige que cumplan con su obligación de vigilancia y custodia del bienestar popular.
Todos conocen el dicho de “…a buenas horas mangas verdes”, que en algunos de mis escritos he explicado. Ya saben que los justicias tenían jubones con mangas verdes, y era común que se personasen en el lugar del crimen cuando el muerto llevaba días enterrado.
Ahora sigue ocurriendo igual o parecido ya que las costumbres han variado. Todos se quejan de que cuando pasan esos infernales vehículos que usan sus zagales, “amotillos” los llaman, con una velocidad tremenda y con unos ruidos espantosos, los municipales miran para otro lado y hacen oídos sordos. Estos “amotillos” han crecido y ahora son de cuatro ruedas (¿quad?), circulando velozmente por estrechas calles para susto y aspaviento de las personas de bien.
También hay quejas, y muchas sobre lo permisivos que son los municipales, al no impedir que cartones y basuras “adornen” los lugares más bonitos del pueblo, o que permitan a “prebostes y barandas” que tengan, durante años, ocupada la mitad de la calle por estar haciendo obras de construcción de viviendas y pisos en los que sus señorías gustan vivir.
Sepan que todo el mundo, desde que el sol alumbra la tierra, ha intentado cobrar su salario trabajando lo mínimo exigido, y si no se les exige casi nada, pues eso, no hacen casi nada.
Cuando yo vivía en este pueblo, allá por el mil seiscientos y pico, la autoridad principal la ejercían los señores condes, que estaban ahí por la gracia de Dios, y yo no podía hacer nada por cambiar semejante cosa. Ahora no es así y vuesas mercedes tienen como “mandamases” a los que en elecciones libres y secretas han elegido. Lo tienen fácil, si no les gusta como mandan o como gestionan la labor de los municipales, no los elijan de nuevo, que cuatro años no son nada y pasan enseguida.
También pueden hacer otras cosas, como educar a sus zagales, no digo que les endiñen sostrazos y bofetadas por cualquier cosa, que ya sé que semejantes métodos educativos no son del uso de estos tiempos, pero si que sería bueno enseñarles que deben respetar a los demás, y que su libertad empieza donde acaba la de los otros. No les compren “amotillos” y si lo hacen deberían enseñarles a no ir a velocidades excesivas, atronando y molestando con los ruidos que producen, que pueden matarse, como así ha ocurrido con demasiada frecuencia y amén de hacerle daño a otras personas.
Y si por una de esas casualidades les ponen una multa y son conscientes de que han hecho algo mal, páguenla, no se paren en analizar si a otros con igual delito no lo han multado por ser amistad del municipal o por pertenecer al partido que gobierna el municipio, que eso ocurre y ocurrirá siempre gobierne quien gobierne.
Ya lo decía el Loquillo : “…esto de la mocracia es una leche, los ricos siguen siendo ricos y los probes seguimos siendo probes”. Pero conténtese el pobre y no sea soberbio, que peor era en mis tiempos o como cuando sus señorías tenían como mandamás a un tal Francisco Franco que también era caudillo de España por la gracia de Dios y que cuando me cruzo con él no medio palabra alguna.
Leche y sopas nunca ha podido ser… ¿O si?

Pórtense bien y no den lugar a que me den las quejas, ya que luego "menrito" y eso da lugar a regañinas.

PORQUÉ SENRITA

en la muy noble y leal ciudad de Alcaudete

Permitan "vuesas mercedes" que hable de mi nombre, ya que según me han contado gentes del lugar, polémica hay y ha habido con mi dichoso apellido.
Sepan los lectores de esta misiva que mi padre se llamaba Don Sebastián Meloso, hijosdalgo y boticario que se aposentó en Alcaudete, vencido el 1598; (en esos tiempos yo tenía la edad de 7 añitos).
Procedíamos de la villa de Senras, aldea del municipio de Moeche y que para quien no lo sepa está en tierras gallegas, no muy lejos de "A Coruña".
Mi padre había casado en segundas nupcias con mi madre, Doña Serafina Bolillo de las Endrinas, hija de los posaderos que habían fonda y cobijo en la aldea de Piedrahita de Muñó, perteneciente al municipio de Pinilla de los Moros, tierra burgalesa, donde mi padre la conoció en uno de sus viajes de aprovisionamiento de plantas para su botica.
En aquellos tiempos, el nombre y los apellidos no se usaban como ahora y era norma poner nombre y mote de forma caprichosa y arbitraria.
Una norma que había era las terminaciones en "ez", "asinesque" al hijo de Pero se le ponía de apellido Pérez, al de Domingo, Domínguez, al de Martín, Martínez y así sucesivamente.
También se ponían los apellidos con relación al lugar de nacimiento, este es el caso de mi compadre Josico Noguerones, que siempre que dice como se llama, añade "y tres piedras", para que no le hagan el pareado gracioso.
Dado que mi madre era de Piedrahita y yo nací en Senras, mi padre hizo palabra y apellido, uniendo de aquí y de allá dando por resultado Senrita y no hay mas razón para tal averiguación. Lo de Arcipreste no ha lugar a explicación, ya que en otra ocasión explicaré el porqué y de donde.
Acostumbro a hacer broma y chanza con mi apellido y por eso digo que "menrito" cuando algo me contraría.
Sepan sus señorías que en la botica de mi padre, que estaba en la calle llana, así se llamaba por aquel entonces, me aficioné a la charla y tertulia; arreglábamos el mundo Don Wisiedo el notario, Gumersindo Planelles, justicia de la Santa Hermandad que siempre iba con su jubón de mangas verdes y el cura párroco del Jesús que respondía al nombre de Don Filiberto Azadón.
No quedaba títere con cabeza y en aquellas charlas se encontraba solución a todos los problemas y litigios que se encarasen, "asín queque" no crean "vuesas mercedes" que solo ahora hay controversias y desacuerdos.
Sepan también para zanjar posibles malentendidos que soy cristiano viejo pero tolerante y comprensivo con moriscos y judíos. Fiel sirviente y súbdito de su Majestad el Rey nuestro señor. Devoto de María Santísima del Perpetuo Socorro y del Santísimo Cristo Nazareno. La gente villana no me incomoda, siempre que guarden aseo y compostura y jamás puse la mano encima a ninguna moza, para dañarla o maltratarla, otra cosa es para apaciguar la concupiscencia, que antes de arcipreste soy varón, y todos tenemos nuestras cuitas y penitencias.
Llévome bien con todos, pero no me callo ni debajo de aguas y a veces incomodo cuando canto las verdades del barquero.

Pórtense bien y no den lugar a que me den las quejas, ya que luego "menrito" y eso da lugar a regañinas.

LA VIOLACIÓN DE UNA DAMA

En las cámaras de una casa de la calle Campiña, donde vivió en un tiempo el deán Francisco Ariza de Sotomayor que pasó a mejor vida el año del Señor de 1558, había unos viejos baúles y curioseando entre los papeles y pergaminos que contenían, encontré un escrito que me impresionó sobremanera.
En parte había sido roído por ratones, pero releyendo aquí y adivinando allí, logré hilvanar la tremenda historia que les voy a relatar:

La Violación de una dama

Aquí se narra la violación de la dama doña Alcudia, acaecido en 1560, en la villa de Alcaudete, cuando Don Nuño Ponce de León y de Córdova dejó a su esposa al cargo de su casa y un caballero del lugar, Ruy Albar de Siloé, se aprovechó de su ausencia. El relato comienza presentando al vil galán.

Era un hombre no noble, procedente de cuna humilde y ascendido de rango, caballero calatravo, agraciado por la fortuna como sucede a algunos afortunados guerreros. Pero a éstos, cuando alcanzan un cierto nivel y se sienten confiados, la fortuna los arroja de nuevo al arroyo y terminan más debajo de donde comenzaron.
Ruy Albar de Siloé, hombre luchador y de empaque, vivía con un escudero, dos criados y un ama de llaves, en una casa de nuevo cuño que había mandado construir junto a las obras, que por aquel entonces, levantaban el Hospital de la Misericordia. Había elegido este emplazamiento por proximidad a unas huertas que tenia enfrente de la casa y que llegaban más allá de la Fuente Zaide.
Don Nuño Ponce de León y de Córdova, emparentado (¿acaso su nieto?), con D. Luis Ponce de León y Córdova, hijo que fue de Don Martín III Alfonso de Córdova y Montemayor, cuarto señor de Alcaudete y que murió en el año 1488. Estaba casado con doña Alcudia, dama que conoció en un viaje a Toledo, señora de alta cuna y cuya abuela fue princesa mora que vivió en Valencia.
Sucedió que Don Nuño planeó ir de expedición a los reinos moros del África, en cruzada y conquista con huestes cristianas, costumbre que tenían señores e hijosdalgos para matar el gusanillo del buen batallar y así progresar en la corte y ante los ojos de Dios Nuestro Señor por participar en lucha contra el Islam.
De su esposa doña Alcudia, que era una joven de sin par belleza, muy sensible, discreta y comedida en su comportamiento, se despidió con un tierno abrazo, encomendándole su hacienda y bienes, tal y como corresponde al caballero que viaja a tierras lejanas.
Ocurrió entonces, y aquí es donde está el meollo del relato, que por una perversa y aciaga tentación, el maldito Lucifer se apoderó de la mente de su vecino Ruy Albar. Sus pensamientos se adueñaron de la linda imagen de la esposa de Don Nuño, a la que sabía sola con sus sirvientes en su casa señorial de la calle Carnicería, que se hallaba a menos de doscientos pies del Arco de la Villa. Así que un día decidió llevar a buen fin su desdichado plan dando rienda suelta al ansia que le corroía, se engalanó con su sayal calatravo y se dirigió raudo a la casa de Don Nuño.
Los sirvientes le recibieron con muestras de aprecio y bienvenida, pues él y su dueño y amo servían al mismo señor y eran compañeros de armas en lances fronterizos, amén de tener un cierto parentesco. De igual modo, la dama, sin sospechar nada extraño, le ofreció una honrosa y amigable recepción, le condujo hasta su sala y le mostró las dependencias y alcobas de la mansión. Ofuscado por su insano deseo y premeditado afán, Ruy Albar rogó a doña Alcudia que le llevara a la torre (*), diciéndole que tal era uno de los objetos de su visita. Doña Alcudia aceptó de buen grado sin preguntar el fin de tal proposición, y allí acudieron los dos solos.
Inmediatamente después de entrar en la torre, Ruy Albar trabó la puerta tras de él. La dama no prestó gran importancia al hecho, pensando que se había cerrado por un golpe de viento. Y cuando estuvieron allí solos, Ruy Albar, ardiendo en deseos impuros y desbocado por la pasión que le consumía, la abrazó diciendo:
«Señora, os juro que os amo más que a mi vida, pero el deseo que me consume me impulsa a haceros mía ahora mismo». Aterrorizada y con el asombro en la mirada, la dama intentó defenderse y gritar, pero el amante galán amordazó su linda boca, primero con un apasionado beso y de inmediato con una manopla de lana que llevaba al cinto y que son de las que los caballeros usan bajo la acerada mano de la armadura, acallando sus chillidos. Agarróla con rudeza, pues era hombre de pocos modales, y arrojándola al suelo, allí mismo la violó, contra la voluntad de la dama que no veía la forma de librarse de semejantes embestidas.
Cuando hubo terminado, dijo: «Señora doña Alcudia, sed comedida y no relatéis a nadie lo aquí ocurrido, ya que si así lo hacéis, ello será para vuestra deshonra. Nada digáis a Don Nuño, y también yo guardaré silencio por salvar vuestro honor y que no quedéis ante el pueblo como mujer liviana». La dama, llorando amargamente, replicó: « ¡Oh, vil sayón y vecino traidor, callaré, no os quepa duda, mas no ha de ser como vos queréis y algún día pagaréis esta afrenta! ».
En diciendo estas palabras se incorporó recomponiendo sus vestiduras, abrió la puerta de la estancia de la torre y descendió por el patio, seguida del calatravo galán...
La joven esposa se encerró en su cámara y se entregó a un amargo llanto de impotencia y asco, lamentándose de su mala suerte, sin ayuda de sirvientes se sumergió en una tina de agua donde frotó su cuerpo una y mil veces en un intento de limpiar la huellas y caricias de tan infame galán.
No reveló nada a ninguna amiga o sirvientes, en la creencia de que si así lo hacía sería probable que la juzgaran culpable y no inocente. Pero aquel día quedó marcado en su mente, no deseando otra cosa que la vuelta y regreso de su señor Don Nuño Ponce de León que se encontraba batallando contra el moro.

Juicio en combate

Cuando la esposa dijo a Don Nuño que había sido violada por el calatravo Ruy Albar, él aceptó su inocencia y exigió obtener justicia en su nombre y en el de su esposa, mientras el caballero Ruy Albar lo negaba todo diciendo que eran figuraciones y locuras de mujer ociosa. He aquí el resultado de su disputa.

La querella dio lugar a procedimientos legales que se prolongaron más de una quincena de meses. Tras muchas averiguaciones y deliberaciones, el Tribunal de Justicia formado a tal efecto por el señor conde decidió como sentencia que, puesto que la dama de Ponce de León nada podía demostrar contra Ruy Albar, el asunto quedaría zanjado mediante un duelo a muerte en Juicio de Dios y así se anunció en el Arco de la Villa (**).
Llegó el día del combate en torneo cerca del inicio del año de gracia de 1563, según la costumbre prepararon la palestra en el anchurón que a modo de plaza había a la salida del Arco de la Villa, justo entre las calles Carnicería y Campiña. Estaba presente el Conde de Alcaudete Don Alfonso V Fernández de Córdova y de Velasco con su familia, y una gran multitud de personas acudió a mirar... Antes de entrar en el palenque, el caballero Don Nuño indicó a su palafrenero que dirigiese la cabalgadura hacia su esposa que vestía cubierta con un gran velo negro y estaba sentada en una carroza forrada también de este color y solo adornada con margaritas amarillas, que eran parte del blasón familiar, para decirle: «Señora, por vos arriesgaré mi vida y honor en singular combate con el caballero Ruy Albar. Vos conocéis si mi causa es justa y cierta».
«Mi amado dueño y señor -respondió la dama-, vos lo habéis dicho y así es. Podéis entregaros a lucha sin cuartel y tened por cierto y seguro que la causa es justa.»
«Entonces, en las manos de Dios Nuestro Señor confío mi alma», respondió el caballero.
Tras besar a su esposa, le mostró su lanza donde doña Alcudia anudó su pañuelo, se santiguó y salió a la palestra.
Los dos campeones prestaron juramento ante el Conde, según la costumbre en los duelos y contiendas a torneo, se colocaron el uno frente al otro y se les pidió que dieran fe de sus razones en el litigio. Entonces, montando sus caballos con parsimonia y arrogancia, se dirigieron a su puesto de salida en torneo. Don Nuño con armadura adornada en negro y gualda, junto al nuevo convento donde a poco se construiría la Iglesia de la Aurora. El calatravo Ruy Albar, que vestía sayal de la orden de Calatrava sobre la pesada armadura, se situó al comienzo de la calle Campiña.
La primera parte del combate consistía en una justa, las lanzas chocaron una y otra vez contra los petos y escudos, sin que ninguno sufriese heridas de consideración. Después de seis envites, desmontaron y prosiguieron a pie, luchando ambos con gran furia y denuedo. El primero en recibir daño fue Don Nuño Ponce de León, herido en la cadera para gran alarma de sus allegados y partidarios, mas, por empeño y bravura combatió durante largo rato, derrotando a su oponente y clavando su espada en el cuerpo del calatravo matándolo allí mismo de resultas del mandoble.
Volviéndose hacia la tribuna donde se hallaba el señor Conde, preguntó si había saldado su deuda, a lo que le contestaron que así había sido, y que Dios nuestro Señor había hecho justicia. El cuerpo de Ruy Albar de Siloé fue llevado hasta la Fuente de la Villa por las gentes que presenciaron el combate y allí, después de engancharlo a un carro de bueyes fue arrastrado por el verdugo del castillo hasta las proximidades de la fuente de los Zagales, encrucijada de caminos, colgándolo en una viga de cadalso.
Don Nuño Ponce de León se dirigió al señor conde D. Alfonso V Fernández de Córdova y de Velasco y se arrodilló ante él. El conde le ordenó que se pusiera en pie y le donó trescientos dineros, (que el cronista sabe el número pero no el valor), haciéndole asimismo grande honor en el condado con una pensión de ochocientos reales al año para toda su vida. Tras mostrar gratitud a él y a los grandes nobles, el caballero Don Nuño se encaminó hacia su esposa y la besó, tras lo cual marcharon ambos en procesión y acompañados de clérigos y leales, hasta la ermita de Nuestra Señora la Virgen de la Fuensanta para dedicar sus ofrendas antes de regresar al hogar.

(*) La torre de D. Nuño se hallaba en el patio de la casa, que estaba primorosamente ajardinado y lindaba con un paño de murallas del segundo recinto, era una torre defensiva, una de las mas grandes que defendían la puerta del Arco de la Villa, Esta torre había sido restaurada en sus almenas y arreglada para el uso de la casa, teniendo en su base acceso a un pasadizo que comunicaba con el castillo, según contaban las gentes de la villa.
(**) Aún quedaba en el Arco de la Villa uno de los dos portalones que tenía cuando se cerraba en las noches y por motivos de defendimiento, era el de la parte izquierda según se accedía a la calle Maestra y estaba pegado al paño interior de la muralla. Sobre sus viejas maderas era donde se colocaba el pergamino de Bandos y Avisos de orden del señor conde.

POYAGORDA EL HORNERO

En la muy noble y leal ciudad de Alcaudete.

Permitan «vuesas mercedes» que les cuente el origen de ciertas frases que, en la capital de Jaén, se dicen con mucha asiduidad y gracia.
Cuando alguien quiere manifestar que no está dispuesto a hacer tal o cual cosa, viene en decir “”eso lo va a hacer poyagorda el hornero»; y el interlocutor que lo escucha asevera “sí, el de lo alto Los Caños».
El oyente de tal conversación no deja de asombrarse de semejantes palabras y si recaba de los contertulios la explicación y significado de las mismas, no obtendrá con mucha probabilidad satisfacción de ningún tipo.
Vuesas mercedes han de saber que no ha mucho, en los pueblos andaluces, quien sembraba trigo, tenía que molerlo y lo más natural del mundo era llevarlo a un molino maquilero, molino en el que por la molienda y a la entrega de la harina, deducían del peso del trigo llevado, la cantidad de trigo que se consideraba justiprecio por el trabajo de molerlo, esto es “la maquila” y de ahí el nombre de “molino maquilero”.
Del mismo modo, cuando había que amasar el pan, «las marías» se dirigían a los distintos horneros que por la ciudad había, llevaban en un cesto la harina, para que en el horno amasasen su pan, y pudieran llevar a sus casas las hogazas, que guardadas en una orza, duraban una semana, (nada que ver con las actuales baguettes). A este tipo de horno se le llamaba “horno de pan de poya”.
Pues bien, érase que se era, un hornero muy ladrón, que tenía el horno «en lo alto Los Caños» , y este individuo cobraba «la poya(*) más gorda» , así es que se decía en plan jocoso, cuando se cruzaba uno, con alguna vecina que cargaba su cesto lleno de harina:
“¿ A dónde vas, al hornero de la poya más gorda?»
y la del cesto contestaba entre risas
«Si, si, al de lo alto Los Caños»
Pasó el tiempo, y quiso el pueblo que las frasecitas degenerasen en las del comienzo de este escrito, habiéndose perdido con los años el porqué y la razón de su uso.


(*) «la maquila» del hornero se llama «POYA».

POYA. (Etim.- Del b. Lat. apodixa, deriv. del gr. Apódeixis, demostración, declaración.) f. derecho que se paga en pan o en harina amasada, en el horno común. Horno, pan de POYA..
( del Espasa Tomo 46 pág. 1194.)

No digan palabrotas y pórtense bien, no den lugar a que me den las quejas, ya que luego «menrito y eso da lugar a regañinas.

DIMAS VA A PRESENTAR LA DIMISIÓN...

En la muy noble y leal ciudad de Alcaudete.
Permítanme vuesas mercedes, que les cuente lo que vi y oí esta Semana Santa pasada, en la calle Carnicería, al paso del Señor de la Columna.
Acababa de sonar una saeta en la esquina con Santa Clara, cuando «San Dimas», lloroso y casi arrastrando a Gestas, se acercó a Paco Mesa, Azaustre y Manuel Aguilera, para suplicarles que hiciesen algo por remediar lo irremediable.
Parece ser que «San Dimas», cree que este trío son gente de poder y conseguidores de imposibles.
El caso es que por varios años consecutivos, los dos «ladrones de marras», van en algunas procesiones sin la custodia de ningún romano, y se lamentaban de su situación: «...¿dónde se ha visto? «miusté» son muchos años y que nos pasen estas cosas, y lo malo que nadie lo remedie, con tantos romanos como hay y ninguno quiere venir con nosotros».
Los tres interlocutores de «San Dimas», asentían con la cabeza y le decían que hablase con los dirigentes y responsables de la cofradía, que ellos mandaban menos que «Jacinto en la boa», que comprendían su malestar pero que poco o nada podían hacer.
Apartéme del grupo y mientras cavilaba me entretuve contando romanos. Primero venían seis, de aquellos tradicionales o «habicholeros», que rodeaban el trono, tras el paso los «tres generales romanos» y luego los «covadis», dirigentes y clase de tropa o centuriones, entre plumeros y escobiches, un montón, y ninguno podía ir con los ladrones.
Espectador de la historia, como soy, y de vuelta de muchas batallas y entuertos, llegué a la conclusión que «el paso viviente de Dimas y Gestas» era lo más valioso, antiguo y «despreciado» de la procesión.
Las imágenes, con dinero se compran, los abalorios, coronas, mantos y demás son también fáciles de conseguir, pero las tradiciones y señas de identidad son otra cosa.
¿Cómo es posible que no preocupe este asunto a los barandas de la cofradía?, ¿Es que desean que desaparezca este paso?. El buen y mal ladrón, ya existían, cuando aún no habían nacido nuestros tatarabuelos, y los, cada vez mas a menudo, «copiadores de tradiciones ajenas y pasos sevillanos» , están haciendo todo lo posible porque desaparezcan nuestras raíces más preciadas.
Por lo visto a los aguerridos romanos les da vergüenza ir con «los ladrones» y sin embargo se ven «chulillos» cuando desfilan en cuadrilla. !Pos que bien¡.
En el Imperio romano sí que había romanos, y cayó como un castillo de naipes.
Aprendan las cofradías de los errores ajenos y cuiden sus tradiciones más preciadas, no vaya a ser que den al traste con sus empeños y se encuentren de pronto sin señas de identidad, paseando imágenes copias de otros lugares y sin nada histórico que echarse a las espaldas, o les pase, como he oído decir a alguien, no ha mucho, « la mayoría de los niños de Alcaudete se han quedado sin abuelos que les cuenten las fantásticas andanzas de Martinillo Zancajo y por ese motivo desconocen al personaje más emblemático y entrañable del pueblo».

Pórtense bien y no den lugar a que me den las quejas, ya que luego “menrito» y eso da lugar a regañinas .

UNA DE CAL NO VENDRÍA MAL

En la muy noble y leal ciudad de Alcaudete

Permitan "vuesas mercedes" que les dé "la vara" con mis ensoñaciones y pensamientos, cosa que ocupa la sesera pero que por otro lado entretiene y además es gratis.
Pasaba por la calle del Agua casi a horas de maitines, ya que los laudes estaban finalizando a mi paso por San Francisco, y al llegar al cruce con Magañas, encontréme con mi buen amigo Don Martín, ese que la chiquillería dá en llamar "Martíníllo Zancajo", y después de los saludos de rigor, Don Martín es reverencioso y atento sobremanera, me instó a reparar en el estado que se encuentra la muy querida y nunca bien ponderada villa de Alcaudete
No es que Don Martín se asombrase del abandono en que se encuentran muchas casas del casco histórico de Alcaudete, eso son imponderables y en su cabeza bulle la idea de regalar a lugareños y "propetarios", las cantidades de cal necesarias para adecentar e higienizar las fachadas en mal estado, con el fin de que estén de buen ver al paso de procesiones y gente principal y vistosa-s a ojos de viajeros y viandantes.
Lo que a Don Martín enajena y "enrita" es la desidia y el mal gusto de vecinos y "propetarios" que teniendo el interior de sus casas pertrechadas de lujos y enseres costosos, no reparan en terminar las fachadas de sus edificios, y se tiran años y años con el ladrillo de agujeros y las petacas a la vista, dando una imagen de fealdad y desaliño que este pueblo no se merece.
En la misma plaza de la Villa, en la calle Carnicería, calle Llana y en otros muchos lugares, hay casas en ese estado, ya sus dueños y señores no se les cae el alma, de ofrecer esa imagen tan deplorable a la vista de los demás.
Decíame don Martín que esto era igual que ir al castillo a la fiesta de los señores condes y misa de tercias, con el cuerpo bien aseado, medallas y cruces de oro colgados del pescuezo, sin que se vean; y por encima andrajos y trapos de mala pinta con unas sandalias destripadas y sombrero sucio y "roío" por topillos.
Enfadado estaba con su corregidor, "venticuatros" y munícipes por no meter en cintura a tales vecinos, que no saben el daño que hacen a la estética del lugar.
Ya sabemos que éste es pueblo, sin otros recursos que el olivar y alguna que otra industria de dulces y conservas. Pero precisamente por eso deberíamos cuidar la imagen de nuestras casas, plazas y calles para uso y disfrute estético de viajeros y lugareños, con la finalidad de fomentar lo que en años venideros dará en llamarse turismo, ya poco que mis entendederas me fallen, puede que tal cosa dé belleza, riqueza y bienestar a nuestra villa.
Enmiéndense vuesas mercedes, llamen a artesanos de la obra, repellen sus fachadas y adecenten sus paredes, no ofendan la vista de sus vecinos y pongan guapas sus casas, como se ponen sus señorías y toda su parentela, el Viernes Santo para ver el "Paso Abraham".

Pórtense bien y no den lugar a que me den las quejas, ya que luego "menrito" lugar a regañinas como la presente.